El mágico aprendiz

Este articulo está extraído de la página web «el cultural.com»

Sospecho que, durante mucho tiempo, Luis Landero -Alburquerque (Badajoz), 1948- continuará siendo recordado e identificado como el autor de Juegos de la edad tardía (1989). En efecto: diez años después de aquella sorprendente revelación, esta tercera novela del escritor ostenta en la historia narrada y en su desarrollo patentes analogías con aquella primera obra, así como un estilo tan personal e inconfundible que cualquier lector atento de Juegos… -y también de la segunda novela, Caballeros de fortuna (1994)- reconocería sin vaciIación la misma pluma en las páginas de El mágico… aunque se omitiera en el volumen el nombre del autor. También aquí unos personajes de vida gris y sin relieve tratan de buscar otro modo de existencia, que en algunos aspectos se mantiene en el terreno de lo imaginario y en otros obliga a llevar a cabo acciones concretas. Sabemos desde el principio que Matías Moro, el oscuro empleado de una asesoría, es aficionado a observar a la gente desde su balcón, hasta el punto de que “había tardes en que se inventaba la historia entera de una vida” (pág. 14). Incluso reflexiona sobre las otras existencias que él mismo hubiera podido vivir, que coinciden con la teoría unamuniana de los “ex futuros”: “Piensa en esas vidas posibles: si hubiese seguido estudiando Historia y fuese ahora profesor o arqueólogo, si su padre no hubiese muerto tan pronto, si hubiera nacido un siglo antes…” (pág. 16). La capacidad del personaje para imaginar vidas -ajenas y propias- lo predispone para emprender una nueva como flamante empresario que, aunque puesta en práctica realmente, no deja de ser una ficción, una fachada, un trampantojo para dar una imagen de sí mismo que le permita lograr el amor de Martina, la jovencísima hermana del muchacho asesinado por su propio padre.
La aventura empresarial organizada por Matías Moro, que está a punto de arruinarlo, no nace de un deseo de cambiar de vida -algo que no se ha planteado nunca, conforme como está con su monocorde y tediosa existencia- sino que constituye un medio para deslumbrar y tal vez conquistar a Martina, si bien, llegado el momento la indolencia y tal vez el temor a modificar su plácida rutina lo refrenarán decisivamente. éste es el meollo de la historia y lo que permite explicar el título de la novela, que evoca lejanamente el asunto de El mágico prodigioso, de Calderón, donde Cipriano empeña su alma a cambio de las artes “mágicas que le permitirán seducir a Justina, pero fracasa, como fracasará Matías Moro, que en su peculiar “arte mágica” -patronear una empresa- no es precisamente “prodigioso”, sino “aprendiz”.
Este núcleo temático se halla enriquecido con el grupo de personajes que acompañan a Matías en su disparatada empresa y en cuya creación hay grandes dosis de inventiva y talento narrativo. Todos ellos pretenden, en el fondo, aprovechar la oportunidad para ser algo que hubieran querido ser, para actualizar un “ex futuro” conservado en los repliegues de la conciencia: Pacheco, el dinámico experto en mercadotecnia, a quien no le mueve el afán de riqueza sino “salir hacia el horizonte ilimitado de una nueva vida” (pág. 320); Martínez, que descubre un modo de beneficiar a los demás; Bernal, siempre en busca de su lejana juventud perdida y de sus recuerdos mundanos. Y hay otros personajes de menor importancia, pero también eficazmente diseñados, como Finita de la Cruz, Ortega, doña Paula o Chin Fu, el arandino empeñado en pasar por chino para ganarse la vida. Todos ellos tienen su perfil psicológico, y sobre todo su lenguaje, que incluye multitud de rasgos caracterizadores, a menudo con ribetes paródicos: los silencios y las frases escuetas de Martínez, la retórica de manual para ejecutivos y vendedores de Pacheco y hasta los leísmos y dequeísmos del anónimo portero de una vivienda (pág. 192) dan fe del cuidado puesto por Landero en el tratamiento lingöístico de la novela. SóIo algunos deslices esporádicos empañan de vez en cuando la obra: ciertos usos erróneos (“oreja” por ‘oído’, pág. 33; “incontinente” por ‘incontenible’, pág. 218); algún exceso (la “pasividad ilegible” de las facciones de un cadáver, pág. 31) y alguna construcción poco recomendable (“la sola mención a una cooperativa”, pág. 206; “retomaría el plan de comprarse un coche”, pág. 345). Pero, en conjunto, El mágico aprendiz es una novela excelentemente escrita, con un lenguaje rico y lleno de matices, capaz de convertir en seres humanos convincentes a unos cuantos personajes que parecían inicialmente diseñados para comportarse como puros fantoches, porque Landero tiende a la caricatura, pero sabe darle el giro adecuado en el momento oportuno. En manos de otro escritor, el retablo de desarraigados que pueblan la casa donde vive Martina hubiera sido un chafarrinón de caricaturas tópicas, y lo mismo cabría decir de los colaboradores de Matías, a los que Landero salva con habilidad del destino de seres grotescos a que parecían condenados. El autor conduce sutilmente los pasos de sus criaturas y dosifica la acción con un ritmo adecuado. Acaso el único desajuste constructivo se halle en la primera parte donde la evocación del padre desaparecido parece comenzar una historia luego abandonada y aprovechada en parte para acomodarla al nuevo derrotero de la fábula, Pero vale la pena leer El mágico aprendiz, Landero es un valor seguro.

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