Kazunori Hamana

Al principio cuando empecé a ver sus obras me recordaron al Kintsugi pero enseguida comprendí que no tenía nada que ver. Es algo difícil de explicar pero como todo lo japonés me parece sencillo y muy complicado.

«La arcilla es algo natural; cambia. No quiero luchar con la naturaleza, así que la sigo».

Kazunori Hamana nació en Osaka, Japón, en 1969 y creció en Amagasaki, prefectura de Hyogo. Desde su infancia, se ha visto impulsado a perseguir un profundo interés filosófico en la naturaleza de cómo funciona el universo a nivel micro y macro. Esta conciencia de la impermanencia y la transiencia de las cosas terrenales ha guiado su trabajo y estilo de vida. En este sentido, Hamana dejó su casa a la edad de quince años para quedarse con los agricultores de la prefectura rural de Hyogo, trabajando en la tierra y cuidando el ganado en una escuela agrícola cercana. Después de un período de estudio en el condado de Humboldt y San Diego, California, como estudiante universitario integrado en un entorno hippie, el artista se sintió atraído por su país de origen y su identidad japonesa. Más tarde se estableció en un pueblo de pescadores rural en la prefectura de Chiba, en Japón, donde actualmente divide su tiempo entre trabajar como agricultor de arroz orgánico, pescador y artista.

Curators Cube

Hamana se basa en las antiguas tradiciones de la cerámica japonesa mientras cultiva nuevas técnicas inventivas de conformación, acristalamiento, coloración y cocción. Hace recipientes grandes y delicados con arcilla natural procedente de la prefectura de Shiga en Japón. Inspirado en el tsubo tradicional japonés, frascos de arcilla funcionales que se remontan a tiempos prehistóricos, crea cada escultura a mano, haciendo uso de la improvisación y la experimentación. Un ceramista autodidacta, Hamana incorpora un proceso lento y gradual, haciendo eco del ritmo de su vida diaria en su entorno rural. Considera que estas tareas diarias son primordiales para su práctica sostenible y su búsqueda de la verdad. Después de que se disparan las ollas, las coloca fuera de su estudio, donde se les deja acumular impresiones de las estaciones cambiantes. A medida que estos objetos de forma irregular continúan su desarrollo en balcones bañados por el sol arrastrados por las olas del mar, en arboledas de bambú a la sombra o en su jardín frente a la montaña y sus campos de arroz, el entorno natural dirige su transformación.

La loza de Hamana ofrece una mirada contemporánea a la rica y larga historia de cerámica de Japón, desde antiguas figuras funerarias de terracota hasta objetos domésticos cotidianos. Con superficies a veces fisuras y peladas como tierra seca, las esculturas de Hamana aparecen en varios colores que van desde el blanco hueso hasta los azules ahumados; algunas con formas geométricas y orgánicas, rayas, símbolos y lenguaje. Canalizando la tradición a través de una lente contemporánea, Hamana hace referencia a la historia humana y a la historia del arte, incluidas las prácticas de Cy Twombly, Alberto Giacometti, Isamu Noguchi y Jackson Pollock; el resultado es un cuerpo de obra imbuido de la belleza de la imperfección y lo efímero.

Este enlace lleva directamente a Instagram donde se puede ver de una forma muy cómoda muchas obras suyas y al propio artista. Y aquí el enlace a Pinterest.

Kazunori Hamana Ceramica.

Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida

Articulo publicado en el diario El Pais versión digital. Escrito por Marta Rebón.

En una época dominada por el consumismo y la obsolescencia programada, lo más probable es que si una mañana te levantas con el pie cambiado y, en un tropiezo, se te cae la taza del desayuno, te resignes a recoger sus pedazos y los tires a la basura sin más. Algo impensable en Japón. Hace cinco siglos, surgió en el lejano Oriente el kintsugi, una apreciada técnica artesanal con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto. Su propietario, el sogún Ashikaga Yoshimasa, muy apegado a ese objeto indispensable para la ceremonia del té, lo mandó a arreglar a China, donde se limitaron a asegurarlo con unas burdas grapas. No contento con el resultado, el señor feudal recurrió a los artesanos de su país, que dieron finalmente con una solución atractiva y duradera. Mediante el encaje y la unión de los fragmentos con un barniz espolvoreado de oro, la cerámica recuperó su forma original, si bien las cicatrices doradas y visibles transformaron su esencia estética, evocando el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección. Así que, en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, ganan en belleza y hondura. Se da el caso de que algunos objetos tratados con el método tradicional del kintsugi —también conocido como “carpintería de oro”— han llegado a ser más preciados que antes de romperse. Así que esta técnica se ha convertido en una potente metáfora de la importancia de la resistencia y del amor propio frente a las adversidades.

El ‘kintsugi’ evoca el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas y otorga valor a
nuestras imperfecciones

La filosofía vinculada al kintsugi se puede extrapolar a nuestra vida actual, colmada de ansias de perfección. A lo largo del tiempo conocemos fracasos, desengaños y pérdidas. Con todo, aspiramos a esconder nuestra naturaleza frágil, esa que nos hace más humanos y auténticos, bajo la máscara de la infalibilidad y éxito. Se ocultan los defectos, aunque desde que nacemos nos recorre una grieta. Adam Soboczynski apunta en El arte de no decir la verdad(Anagrama) que hemos aprendido a camuflar “con gran esfuerzo, y manteniendo la compostura, incluso la más terrible de las conmociones que nos golpean”.

Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida | EL PAÍS Semanal

Somos vulnerables no solo física, sino también psíquicamente. Cuando las adversidades nos superan, nos sentimos rotos. A veces, es el azar el que nos lleva al punto de ruptura; otras, somos nosotros mismos, con nuestras elevadas expectativas no cumplidas y la avidez de novedad, los que nos metemos en el hoyo. El filósofo Josep Maria Esquirol defiende que “la memoria y la imaginación son las mejores armas del resistente”. Como animales dotados de creatividad, tenemos una poderosa herramienta en la capacidad de concebir alternativas a la realidad. Pero cuando soplan malos vientos, ¿qué más nos ayuda a resistir la embestida? La respuesta es, según la escritora Joan Didion, el verdadero amor propio. La gente con esta cualidad “es dura, tiene algo así como agallas morales; hace gala de eso que antes se llamaba carácter”. Y el logro de una vida plena pasa, además, por librarse de las expectativas ajenas y dejar atrás la compulsión de agradar.
No hay recomposición ni resurgimiento sin paciencia. En el kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad. Entre los cultivadores de la paciencia, Kafka ocupa un lugar privilegiado. Para él, la capacidad de saber sufrir y de tolerar infortunios era la clave para afrontar cualquier situación. Un día, mientras paseaba con un amigo, le dio este consejo: “Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia. Solo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo”. La receta para vivir del autor de El procesoes sencilla, pero no por ello menos difícil: “Tenemos que absorberlo todo pacientemente en nuestro interior y crecer”.

Saber valorar lo que se rompe en nosotros nos aporta una serenidad objetiva. Apreciémonos como somos: rotos y nuevos, únicos, irreemplazables, en permanente cambio. 

Pequeño video donde podemos ver de forma rápida cuál es el resultado.